jueves, 9 de junio de 2011

El socialismo y Carla


Carla era una niña. Como todas envolvía poesías de los juglares, jugaba con los árboles y defendía a las hormigas de visitantes extranjeros que podían destruir su mundo socialista. Si miraba el cielo apartaba las nubes y escribía su nombre, que es común pero que guarda su belleza. Su historia me refirió alguna que otra enseñanza, con respecto a los vicios de los humanoides, tan viles bajo paradigmas y teorías.
Suspendido el conocimiento cuando uno es pequeño no queda otra que ver el mundo como se es presentado. Carla pensaba, entre otras cosas, que los besos no vienen en cantidades a desperdiciar. No es una idea alocada, porque toda vida empieza y termina; nada infinito. Sentía que no todos tenían que ser besados, porque podría perderlos cuando conozca a alguien a quien ella quiera guardarle sus deseos, o las ideas, o los milímetros cúbicos de lágrimas que derramaría años después sin saberlo.
Así fue como creció entre tanta vida diversa, entre los viajes de papá y las vueltas de vez en cuando, la instalación en casa y los alfajores y dulces variados. Los minutos pasan que suman años en pocos segundos. Se olvidó de los besos en mínimas cuotas y cuando la conocí solo le quedaban las utopías del ambiente, alguna que otra sensación de realidad, un viaje a tierras desconocidas para mi y amores detrás, amores que existen y otros que se mantienen intangibles por esa esencia misma que definimos vida y que se difumina entre la luz, cuando menos uno lo quiere.
Tal vez nos frecuentemos y compartamos un vino, o quien sabe. Yo le regalo estas letras.

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