Le
pregunté si podía cantar entre tanto alboroto y alcohol; me dediqué a observar y cerrar la boca. Esbelta ante
el micrófono, sus dedos lo abrazan y desearía captar sus frecuencias para colocarlas
en la cinta de grabación, ser despedazado en partes ínfimas para introducirme
en los oídos de todos los que escuchen esa voz; no precisa de acompañamientos
ni orquesta.
Observo
los movimientos y nos encontramos o creí encontrarla, tal vez ella no está en
este momento donde estoy. Cruza la mirada de a ratos y sigue el ensayo, la
grabación, para, vuelve, piensa, afina, desafina, desenvaina una canción como
un arma y la cabeza con el corazón son las primeras
víctimas agridulces.
Ese
día luego del sol nos fuimos a comer bajo un puente de autopista, un inmigrante
de un país nórdico hace algunas genialidades parrilleras que no son de mi
agrado pero preguntale a Nara, que disfruta de lo "autóctono,
popular" como dice entre mordisco y cerveza. Hablamos sobre el disco que
saldrá en marzo del año entrante, no se muestra preocupada porque confía en
todo el mundo alrededor de su sistema interno pero leo en sus ojos algún miedo
que no es explícito y tal vez no sepa de que se trata o sobre que es tanto
temor oculto, escondido entre sentimientos positivos y optimistas sobre el
suceder de los días .Del puente nos fuimos a casa, nos entregamos a un disco de
Derek and the Domino´s y cantamos hasta el amanecer, con guitarra, un cabernet
y amor en el sillón. Dormimos: ella en mañana, yo entre algunos recuerdos y el
mareo, me quedé con sus ojos en el puente.
Llegamos
al estudio y la sesión de grabación siguió su firme rumbo. Esta vez llevé un
libro para alivianar. Algunos piensan que es divertido pues no, no es para nada
dinámico un evento de tal característica, lleva sus horas, grabaciones una y
otra vez, detalles, temas, bases, ritmos, ideas y creatividad con trabajo. Mi
paciencia es amor en forma de Naara. Preguntale a ella como soporta tanto. Le
pregunté varias veces cuando la almohada nos separaba y me contestaba con
gestos de hombros o con manos de gloria alzadas en el cielorraso. No necesitaba
más palabras para entender que el arte es sudor, fuerza y un amor a algo
intangible, más allá de la obra en sí misma. Ese día seguimos juntos, hasta el
final, cuando los últimos minutos de una jornada agobiante nos dejaba sin ganas
de seguir y decidimos dormir.
Ese
día reímos como nunca. Planteamos un juego zonzo, en que éramos objetos de la
vía pública. Me contaba que siempre quiso ser un farol para iluminar la ciudad
o para salir en una foto improvisada de un tanguero porteño a pesar de que no
estábamos en Buenos Aires. Yo por mi lado, tengo menos pretensiones y me
conformaría con ser el monolito recordatorio de la tragedia de los baqueanos
cerca de la Laguna del Diamante. Me miró con esa cara que delata que le parezco
un sujeto aburrido y tierno a la vez, me cierra las palabras con un beso. Y nos
maquinamos siendo arboles, podríamos ser árboles, vivir de sensaciones y
estáticos, perder brazos por el viento y renovarlos en épocas primaverales. Seres
de sensaciones nada más. El atardecer y el frío nos invitaron a escondernos en
casa, donde tenemos lo necesario para pasar la noche.
Preguntale
a ella si la ves, yo no la vi más desde aquel día en que se fue para
promocionar su obra; nada más lindo y cansador, salir de “gira” como le dicen.
Sus giras nunca tuvieron condimentos alocados, su música, su público, se elevan
a un estadio en donde nadie aplaude porque no es necesario, los espíritus se
agradecen entre si y los seres no hablan porque no conocen vocabulario para
describirlo. Mis imágenes pueden ser hiperbólicas, pero no suelo exagerar. De
ahí en más, entendí la existencia y porque los hombres crearon religiones para
sobrevivir u otros se esconden en expresiones diversas, que llevan a un solo
lugar.
Conocí
el verdadero concepto de la soledad, el peso de mirarse al espejo y las arrugas
molestando. Los ojos caídos y manchas de agua a la altura de la cabeza. Solo.
La cama sola y yo. La reproducción de su alma a mi lado, como si aun estuviera
ahí. Sé que está y es mi espíritu el que lo siente. Se conjuga con el suyo,
jugando, hablando, cantando, tomando vino tal vez y otras porquerías que nos
gustan. Mientras espero con paciencia a que la oscuridad me condene y la
esperanza del más allá que me vendieron desde chico, se convierta en realidad
onírica o concreta y pueda en cualquier lugar del universo volver a verla.