Era rojo o naranja, no recuerdo porque la luz no estaba muy
presente en una tarde húmeda y nublada. Si algo raro ocurrió y más allá de la
coloración fue saludarte una vez más, como conocidos. Y si, es lo que somos.
Pero de ahí en más nada fue igual y aun me quedan dudas de que haya cambiado
algo en mi relación con el espacio y el tiempo.
Bajé las
escaleras y salí. Me encontré con gran cantidad de personas dando vueltas en
ambas direcciones. Yo soy de esos que juega a que el reloj lo persigue. Y a
veces, doy la contra y enfrento al reloj para viajar en el tiempo. Aunque estas
expresiones no se entiendan muy bien, si lo pensás en frío, te vas a dar cuenta
que todos hacemos lo mismo.
Trotaba
para calmar la ansiedad. Vi una pareja de hombres de más de treinta años, que
seguramente eran amigos, que daban muestras de su virilidad sobre los patines,
muy brillantes por cierto. Iban de frente. Dos minutos más tarde la misma
escena se repite: los mismos sujetos, con los mismos gestos dirigiéndose hacia
el mismo punto cardinal.
Seguí
andando, mirando, era solo una distracción con respecto al entorno. Una chica
corriendo, de frente, con una remera roja, pasa. Nada que llame la atención,
solo el color que era tuyo. Vuelve a pasar de la misma manera, dos minutos
después. De la misma manera, como un deja vu. Y se volvió a repetir la misma
escena con la misma chica otra vez.
No solo
eso, también se repetía el color. Aunque no sé si era porque te buscaba entre
la multitud del parque o porque realmente, el día había cambiado en el instante
en que nos vimos.