miércoles, 25 de enero de 2012

El color de tu remera



Era rojo o naranja, no recuerdo porque la luz no estaba muy presente en una tarde húmeda y nublada. Si algo raro ocurrió y más allá de la coloración fue saludarte una vez más, como conocidos. Y si, es lo que somos. Pero de ahí en más nada fue igual y aun me quedan dudas de que haya cambiado algo en mi relación con el espacio y el tiempo.
Bajé las escaleras y salí. Me encontré con gran cantidad de personas dando vueltas en ambas direcciones. Yo soy de esos que juega a que el reloj lo persigue. Y a veces, doy la contra y enfrento al reloj para viajar en el tiempo. Aunque estas expresiones no se entiendan muy bien, si lo pensás en frío, te vas a dar cuenta que todos hacemos lo mismo.
Trotaba para calmar la ansiedad. Vi una pareja de hombres de más de treinta años, que seguramente eran amigos, que daban muestras de su virilidad sobre los patines, muy brillantes por cierto. Iban de frente. Dos minutos más tarde la misma escena se repite: los mismos sujetos, con los mismos gestos dirigiéndose hacia el mismo punto cardinal.
Seguí andando, mirando, era solo una distracción con respecto al entorno. Una chica corriendo, de frente, con una remera roja, pasa. Nada que llame la atención, solo el color que era tuyo. Vuelve a pasar de la misma manera, dos minutos después. De la misma manera, como un deja vu. Y se volvió a repetir la misma escena con la misma chica otra vez.
No solo eso, también se repetía el color. Aunque no sé si era porque te buscaba entre la multitud del parque o porque realmente, el día había cambiado en el instante en que nos vimos.

martes, 10 de enero de 2012

Mientras dormías







    Mientras dormías, vimos la vegetación xerófila de Cuyo. Traspasamos un límite y tal vez no te percataste de las divisiones geográficas que separan tierras, que en realidad son un solo lugar, único.

    Mientras dormías (porque disimulás bien el acto del letargo) salimos de una estación y nos encaminamos de nuevo en la ruta, rumbo al mar. Desconozco cuantas pausas tendrá el viaje. También desconozco la inspiración que me lleva a escribir, lo cual no es novedad, las ideas surgen de situaciones poco comunes que estimulan los sentidos.

    Tengo dos opciones: cortar esta hoja de caligrafía ilegible y entregártela en forma de obsequio de dos personas que no se volveran a ver nunca más, o puedo guardar el recuerdo de algo que no es amor, pero que debe nacer en un lugar similar al de las utopías que motivan a hombres y mujeres a luchar por causas irreales.

    Dependiendo quien lea estas letras, será la opción escogida


    Zarevich 
    3 de enero de 2012


    PD: No es una carta, es solo una expresión literaria de un escritor aficionado.

domingo, 1 de enero de 2012

Cuestión de diálogo



Eramos dos, pero me sentía uno solo entre tantas ausencias. Tal vez era probable contabilizar cuatro más, pero eran perros, y eso no cuenta como compañía si no es el de tu casa y  todos los días.  Fue un fin de año atípico, con un sentimiento de soledad superior a tiempos anteriores, algo que no se puede describir, esa depresión que genera la falta de amistades profundas o la falta de sensibilidad de uno. También un poco más intolerante que de costumbre, y puedo acusar al cansancio del trabajo y la rutina por los efectos sociales, pero es un concepto vago e impreciso que roza lo injusto.
Como estábamos juntos no podía sostener la idea de que estar solo. ¿Cómo es posible? se pregunta uno ante la adversidad y como me dijeron anoche (y cada vez creo más en los desconocidos) vivo en mi mundo feliz. Lo de feliz podemos refutarlo pero mi mundo me sostiene. ¿Qué será vivir en mi mundo? Planteado desde un punto de vista individual y ajeno, porque todos tienen su mundo si tengo yo el mío, esto vendría a ser como una abstracción que hace las veces de mecanismo de defensa (mis disculpas para los licenciados en psicología, que tal vez puedan aportar datos a la cuestión) ante lo externo que ataca o lastima. Y tal vez, no hay que caer en vacíos, lo externo no ataca, no lastima,  no condena: somos nosotros quienes destruimos lo exterior y culpabilizamos a todo eso exterior como responsable de nuestras penas y dolores, angustias y sentimientos difusos.
Parece imposible definir con precisión, pero no es el final de un año el que destruye los objetivos no cumplidos. Me parece justo para no llenar de pólvora mi sien, que te hagas cargo de tus errores y veas, que acá, tirado en el pasto y viendo el agua correr, y sin cigarrillos para matar los segundos, me siento solo. Y como somos dos, una brillante ocurrencia viene a mi como una lluvia oportunista de enero: Hola.