Monet |
El vapor de
los cristales de arena renació al salir el sol de Tunuyán y me pregunté, tal
vez escaso de tiempo o presionado por la distancia recorrida, si podría ser
como el agua y no morir nunca. Transformarme en gas o líquido, o esconderme
sólido en congelados continentes, ser hielo y risa, alcohol y sangre.
No hay
ilusión mayor que la de reencontrarnos. Ilusión que revive en la esperanza de
redención, despertar en un estado distinto, sublime. Todos compartimos el mismo miedo y enfrentamos
el frenesí de los años sin pensar en puntos finales y renuncias eternas.
Y me persiguen los miedos de la infancia, tan
reales en el paso del tiempo. Me persiguen también en las siestas en que
exaltado me despierto, y con el latido acelerado de mi innoble corazón extiendo
un brazo al aire, con el puño abierto, tratando de tomar algo que ya no tengo y
cierro de repente mi mano, pensando que salvo a todos del inevitable momento y
que voy a vivir para siempre, junto a los míos que hoy están, junto a los míos
que lágrimas han sido
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Y recuerdo en cada luz del amanecer la reproducción de su alma en el piso y el frío de mi mano acariciando un último saludo.
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Y recuerdo en cada luz del amanecer la reproducción de su alma en el piso y el frío de mi mano acariciando un último saludo.
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