Yo escribo.
Ella camina.
Yo pienso.
Ella decide.
Yo pregunto.
Ella responde.
Yo dudo.
Ella vuelve.
Yo vuelvo.
Todo se encuentra.
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Alterado me reprendí el precio de mis actos. No perdonaré nunca el hecho de buscar la constante desdicha, aunque darme cuenta me ayuda a encarar los días sin caer en abismos de poca monta.
Tengo una obsesión que se lleva laureles de gloria: repito las mismas palabras día tras día, sin importarme su efecto, sus juegos en la retórica.
¿Quién es Zarevich? Suelo preguntarle y preguntármelo porque somos el mismo, uno solo y varios. Pero nunca sabré cuando somos uno y cuando somos más de uno, sin dejar de estar en el lugar que nos pertenece por orden divina o por capricho enigmático del tiempo.
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Dejé todas las conclusiones a las hojas que besaron al sol aquella tarde en que fuimos niños una vez más, jugando en el parque sin saludarnos.
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