sábado, 2 de octubre de 2010

Siesta de un sabado


De corazones me hablaron y me quedé en casa, resguardado por el reflejo solar candente, esplendido y digno de aplausos que por la ventana entró sin pedir permiso ni pasar por mesa de entrada; no sabe sobre el modelo burocrático de Weber. Me imagino una charla con el sol que solo viene de día y caigo en la redundancia de las palabras que escribo y nos quedamos en la nada nuevamente. Pero vuelvo. Conversar con el sol es técnicamente imposible, nos separa una distancia tan grande como el mensaje de un ser amado y despreciado al mismo tiempo cayendo en categorizaciones populares poco puntuales que no expresaré por cuestiones éticas insoslayables.
Descubrí el concepto de soledad en la siesta del sábado: teniendo los medios de comunicación desperdiciarlos en uno mismo, esconderse en abstracciones vagas y desafiar el destino de la humanidad en forma de mandarina que gajo por gajo se consume, día a día. Mi propio concepto que tal vez no es compartido por algunos, o tal vez si, pero no es un dato de importancia. Solo improviso estas letras para dejar escrito mi sensación y mi queja sobre las relaciones virtualizadas y sobre esos críticos de las relaciones recién nombradas, que actúan como los seres serializados que acusan de ser virtuales, poco comunicativos y carentes de una expresión oral acorde a las circunstancias que el liberalismo exige para el desarrollo de facultades de negociación de mercado superiores.
Vestirse, levantarse y abrir la puerta; los arboles brotan en primavera

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