Delaunay |
Todo amor
es discutible pero todo sentimiento carece de lógica. No volveré a ser
adolescente jamás y si algo extraño de aquellos memorables pasajes, es la
pasión de los días en que entregado al amor, la obsesión de poseerte me
entretuvo, hasta que descubrí mi muerte y renací, otra vez.
Hay un
momento en que uno no descubre que está muerto. Sigue trabajando y cumpliendo
horas y anhelos, compra regalos y cartitas para el mes, el año, los cumpleaños.
Abusa de las comunicaciones y también arma frases románticas poco lucrativas, desgastadas,
que rebotan en los oídos y se pierden en la cotidianeidad.
Pero
siempre ocurre que las ánimas se miran al espejo y no se encuentran. Cuando se
descubre la propia muerte, la depresión toma el control del panorama. No existe
la posibilidad del suicidio, porque como ya hemos mencionado con anterioridad,
ya se está muerto.
A las
flores no les gustan las almas en pena y
se mudan de jardín. Y el amor se guarda en un cajón, enterrado bien profundo
quien sabe dónde, en un cementerio de variedades junto a los primeros dibujos
de la infancia.
Pero hay un
instante en que uno se olvida de la muerte y resurge a la superficie, armando el rompecabezas
y entendiendo el soberbio sentido de la vida. No quedan excusas y toma la
iniciativa, se mira las manos, las mueve y las ve moverse, se levanta y camina.
El amor es
dialéctico, se contradice y perfecciona.
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