miércoles, 1 de agosto de 2012

Muerte y resurrección del amor

Delaunay


Todo amor es discutible pero todo sentimiento carece de lógica. No volveré a ser adolescente jamás y si algo extraño de aquellos memorables pasajes, es la pasión de los días en que entregado al amor, la obsesión de poseerte me entretuvo, hasta que descubrí mi muerte y renací, otra vez.

Hay un momento en que uno no descubre que está muerto. Sigue trabajando y cumpliendo horas y anhelos, compra regalos y cartitas para el mes, el año, los cumpleaños. Abusa de las comunicaciones y también arma frases románticas poco lucrativas, desgastadas, que rebotan en los oídos y se pierden en la cotidianeidad.  

Pero siempre ocurre que las ánimas se miran al espejo y no se encuentran. Cuando se descubre la propia muerte, la depresión toma el control del panorama. No existe la posibilidad del suicidio, porque como ya hemos mencionado con anterioridad, ya se está muerto.

A las flores no les gustan las almas en pena  y se mudan de jardín. Y el amor se guarda en un cajón, enterrado bien profundo quien sabe dónde, en un cementerio de variedades junto a los primeros dibujos de la infancia.

Pero hay un instante en que uno se olvida de la muerte y resurge a la superficie, armando el rompecabezas y entendiendo el soberbio sentido de la vida. No quedan excusas y toma la iniciativa, se mira las manos, las mueve y las ve moverse, se levanta y camina.

El amor es dialéctico, se contradice y perfecciona.

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