martes, 22 de marzo de 2011

Sobre irracionalidades y la aceptación de la no eternidad

He creído por momentos que los contenidos más risibles y también los menos lindos han sido oídos por mi persona. Suelo conservar la integridad con el sol pero como todos en las noches me pierdo en la anarquía de la soledad y lo que realmente somos o nos gusta ser o tal vez no nos gusta ser pero es así, tal cual se presenta. Algunos actos de locura como colocar la mano en la pared y marcar con su contorno con una lapicera de trazo fino, carecen de sentido. Si toda la pared verde claro merece ser marcada con mi mano derecha pues no es mi culpa, algo sobrenatural lo exige.

De esas cosas naturales que no sabemos interpretar porque nos consumió lo artificial, de aquellos conflictos internos que producen una impotencia que nos reduce a basura cósmica, a "canciones tristes para sentirse mejor" o entregarse a la fe y preguntarnos cosas sin respuesta. Ser irracionales para descargar energía es la mejor solución, eso es pleno goce interior en situaciones que superan el entendimiento, esa sensación de eternidad juvenil, la inmortalidad que nos autoriza a perder tiempo, el tiempo que se va y los momentos instantes que se ubican en lugares no comunes de la decodificación propia.

Hace unos años tuve la oportunidad de presenciar un sufrimiento sumamente humano cargado de años de pena. Fácil para el observador, destructivo para el que lo lleva en sí. Saqué lo mejor que pude de aquello que traté de entender. Años después todo vuelve, en símbolos no tan cercanos pero se presenta de manera similar y ver algunos que pierden la capacidad de reír espontáneamente porque los errores humanos se llevan algo que uno quiere, tantas cosas que podríamos cambiar, evitar, solucionar, enaltecer.

Escribí un cuento al respecto, inspirándome en estados de facebook de una persona que es contacto de la red social (digo contacto, porque "amigos" es un término un poco bastardeado). Tal vez nunca sepa que la historia de un cuento sencillo de alguien que no es escritor surgió de su sufrimiento en forma de poesía que regala de vez en cuando, para dejar algo y que los demás sepan que es lo que pasa; comparto el modo. No es común que la muerte de alguien que uno no alcanzó a conocer (nos cruzamos una vez compartiendo una mesa en la facultad, nada relevante, es común que uno hable con los otros compañeros que vienen a rendir y no se conocen entre sí) alcance un valor simbólico tan amplio y me sorprende a mi mismo. Tal vez fue la ocasión, el momento, la época, una conjunción de cosas, el fin de año, vacaciones y filtrar a varios que me hicieron sufrir. Vuelvo a escribir sobre irracionalidades: otra que veo y la llama al celular para ver si le atiende, esperando que conteste alguien que ya no existe, que no atenderá nunca. Su desesperación momentánea habrá sido desconsoladora. Yo haría lo mismo, vale la pena intentarlo.






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